Símbolos (3) Gólems

Los autómatas poblaban el imaginario popular mucho antes de que Skynet nos enviara a su androide asesino en Terminator. Aparecen en multitud de obras de ficción del siglo XIX como El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann, Frankenstein de Mary Shelley o Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi. El poeta Ovidio, allá por el año 8 d. C., inmortalizó la historia de Pigmalión, el escultor enamorado de una de sus tallas, que al final cobra vida por intervención de Afrodita.

Desde el inicio de los tiempos la humanidad sueña con emular a los dioses. Queremos insuflar vida en lo inerte, moldearlo a nuestra imagen y semejanza.

Este deseo queda patente en el mito del homúnculo, un ser diminuto abocado a una existencia de servidumbre. En el siglo XVI, el alquimista Paracelso afirmó que podía crear uno. Su estrambótico método consistía en meter en un frasco esperma putrefacto y fragmentos de piel o pelo de cualquier persona o animal, del que el homúnculo se convertiría en híbrido, para después enterrar esta amalgama en un hoyo cubierto de estiércol. La criatura tardaba cuarenta días en tomar forma. Luego había que alimentarla durante varias semanas con un preparado alquímico sustituto de la leche materna.

Paracelso y su homúnculo

Antes la creación moraba en el terreno de la religión, la magia y la alquimia.

Pese a la burla y la oposición de sus coetáneos, el astrólogo suizo se mantuvo tajante y declaró que cualquier otro procedimiento distinto al suyo era un fraude. Condenaba especialmente el uso de la mandrágora para la obtención de homúnculos.

Se dice que Rodolfo II de Habsburgo poseyó un par de homúnculos hechos con raíces de esta planta, y que además los vestía con gran lujo y elegancia. Su coqueteo con el esoterismo y su negativa a recibir en la corte a los nuncios papales le granjeó el sobrenombre de “el emperador de las sombras”. Incluso se le acusó de estar endemoniado.

Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿cómo puede un hombre crear a otro ser inteligente sin incurrir en pecado? Para la mentalidad cristiana esto supone una falta grave. Recordemos que cuando el doctor Frankenstein desafía las leyes naturales queda estigmatizado por su transgresión.

La tradición hebrea, en cambio, no ve herejía en ello. Los cabalistas creen que se puede entender a Dios a través del acto de la creación y que sólo los más virtuosos están destinados a tal empresa.

Una antigua leyenda narra como un rabino cogió arcilla, modeló una figura humana y le dio vida, creando así un gólem. El sabio fue lo bastante humilde para privar al gólem de un alma capaz de hablar, pues eso lo habría equiparado a Dios, así que lo dejó incompleto. De hecho, en la literatura talmúdica, la palabra “gólem” se refiere a una sustancia embrionaria, amorfa, es decir, incompleta.

Existen algunos casos sonados sobre creación de gólems. A San Alberto Magno se le atribuye la fabricación de una cabeza parlante y de un mayordomo de hierro, que más tarde destruiría su discípulo Santo Tomás de Aquino.

Sobre Silvestre II, el Papa Mago, han circulado todo tipo de rumores. Uno de ellos cuenta que creó una mujer mecánica para hacerle compañía, sin embargo acabó deshaciéndose de ella porque no soportaba su incesante parloteo.

De Ibn Gabirol se dijo que tenía una criada gólem, cuyas funciones consistían en cuidar de la casa y ejercer de concubina. El poeta hispanojudío sufría una enfermedad que le afeaba la piel, por eso se escondía a menudo y le costaba relacionarse. Su situación lo impulsó a fabricar el gólem, aunque erró en la elección de los materiales. Lo hizo con madera y bisagras. Una compañera muy poco conveniente para un hombre de cutis delicado.

La historia más famosa es la del rabino Judah Loew, Maharal de Praga, que creó un gólem para defender a los habitantes del barrio judío de sus enemigos. Este suceso ocurrió alrededor del año 1600, en pleno reinado del excéntrico Rodolfo II. En aquella época la capital de Bohemia recibía grandes oleadas migratorias de judíos y lo único que aplacaba las constantes trifulcas entre católicos y protestantes era su odio común por los recién llegados.

El rabino utilizó el lodo a orillas del río Moldava para esculpir su cabalístico titán. Entre rezos y salmodias, depositó en la boca de arcilla un pergamino con el impronunciable nombre de Dios. A continuación escribió en la frente la palabra emeth, que significa verdad, despertando así a la criatura.

Cine mudo alemán

La historia del gólem de Praga fue adaptada al cine por el expresionista Paul Wegener.

Las órdenes que cumplía el gigante eran sencillas y concisas, aunque siempre en beneficio de la comunidad. No sólo protegía el gueto de los constantes pogromos, sino que también barría la sinagoga y ayudaba a los feligreses con las tareas más pesadas. Era uno más y, como tal, permanecía inactivo durante la celebración del sabbat. Pero una fatídica tarde de viernes el rabino olvidó desactivarlo. Sin mandatos que ejecutar y presa del tedio, empezó a arrasar con los edificios de la judería.

La congregación reunida en la sinagoga, recitado ya el Salmo 92, escuchó al gólem enfurecido. Por suerte, como todavía no había empezado el sabbat, el rabino pudo actuar. Se personó ante el gólem y eliminó la primera letra de la palabra emeth, convirtiéndola en meth, que quiere decir muerte. Esto hizo que se desplomara.

Según se cuenta, los restos fueron guardados en un sarcófago de la sinagoga Altneuschul, y permanecen ahí dormidos a la espera de que alguien les insufle de nuevo el aliento divino.

Quizás ésa era la intención de Gustav Meyrink cuando publicó su primera novela: El Gólem. El monstruo se convierte aquí en un símil para tachar a los humanos de autómatas sin esencia ni propósito, tal como analiza Alejandro Gamero en su artículo de La Piedra de Sísifo. El libro de Meyrink causó un fuerte impacto en Jorge Luís Borges, que acabó dedicando un poema a la mítica criatura de barro.

Chaim Potok también hizo referencia a ella en sus escritos. Para el autor judío era una metáfora de la creación artística, pues el escritor se encuentra solo, murmurando sortilegios en busca de la palabra adecuada, y lo que acaba creando son gólems. Los libros son los vástagos de nuestra imaginación y, a veces, también se nos van de las manos. El temor a perder el control de nuestras creaciones es muy real.

Hay vida más allá de la arcilla y la taumaturgia ceremonial. La proliferación de muñecos mecánicos en el siglo XIX fue inspiración suficiente para que E. T. A. Hoffman escribiese Los autómatas y El hombre de arena. Este último relato cuenta la historia de Nathaniel, un estudiante ególatra e infantil, que se enamora de una marioneta llamada Olimpia, fabricada por el profesor Spalanzani y su cómplice Coppelius. Cuando se desvela la verdadera naturaleza de su amada, el joven enloquece.

El monstruo de Frankenstein

Boris Karloff encarnando al monstruo del doctor Frankenstein.

Durante el frío verano de 1816 Mary Wollstonecraft Godwin, su amante Percy Bysshe Shelley y la hermanastra de ella, Claire Clairmont, decidieron visitar Villa Diodati, que por aquel entonces era la residencia de Lord Byron en Suiza. El polémico poeta los esperó junto al lago Lemán acompañado de su médico personal, John Polidori. Cierta noche, después de leer la antología Fantasmagoriana, Byron retó a sus huéspedes a escribir una buena historia de terror. Este fue el germen necesario para el nacimiento de Frankenstein o el moderno Prometeo.

Entre los años 1882 y 1883 se publica por entregas Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi, una fábula cuya crueldad está lejos de ser apropiada para los niños. Sin ir más lejos hay un pasaje en el que el títere acaba ahorcado en una encina tras sufrir un robo. Pese al sadismo de la escena, la historia presenta la muerte como consecuencia de las numerosas faltas de Pinocho. El carácter aleccionador es evidente y podría estar relacionado con el pasado masónico de Collodi.

Para José Miguel Delgado Idarreta, presidente del CEHME, Pinocho descubre el camino correcto gracias al conocimiento y la sabiduría: «lo que había sido un tronco de madera y luego una marioneta, se convirtió finalmente en una persona real, tras superar las adversidades que se le presentaron».

Asimismo, es de obligada mención La Eva futura de Auguste Villiers de L’Isle-Adam, que redimensiona la imagen del autómata y populariza el término “androide”. La Galatea steampunk construida por Thomas Edison en esta novela materializa la idealización falócrata de la mujer perfecta. Hadalay, la ginoide de Villiers, es todo lo que un hombre podría desear. Es hermosa, sofisticada, leal… Todo lo que necesita el despechado Lord Edwin tras ser abandonado por su prometida Alicia.

Ginoide

Un ginoide, o fembot, es un robot antropomorfo de aspecto femenino.

Como curiosidad, mencionar que la segunda película animada de Ghost in the Shell abre con una cita de La Eva futura: «Si nuestros dioses y esperanzas no son nada más que fenómenos científicos, entonces se puede decir que nuestro amor es también científico».

El ente artificial transita los ámbitos especulativos tanto de la fantasía como de la ciencia ficción y el terror. Permite un ejercicio de introspección existencialista que está fuera del alcance de los personajes de carne y hueso. Tal y como expuso Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, su presencia trae consigo dilemas morales dignos de estudio.

Debemos plantearnos si la empatía es un requisito indispensable para gozar de libre albedrío. Esto se ve en El hombre bicentenario, donde Isaac Asimov narra la lucha de un robot para que se reconozca su humanidad de manera legítima.

Aunque hayamos dejado atrás la era de la magia y la superstición, la tecnología moderna sigue ligada a la figura del gólem. La palabra “robot” deriva del vocablo robotnik, que en checo quiere decir precisamente “servidor”.

La diferencia entre amo y esclavo cada vez es más difusa. Nuestras máquinas pueden ser sofisticadas y también destructivas. Ahora tenemos brazos mecánicos capaces de extirpar un tumor, pero los lanzadores de misiles nucleares también son muy precisos. No sabemos hasta qué punto las inteligencias artificiales son capaces de aprender, algunas nos sorprenden inventando un nuevo lenguaje para comunicarse entre ellas. ¿Qué impide que se nos escapen de las manos? Temed al gólem.

La importancia del estilo

Año nuevo, entrada nueva. Y, como en todo proceso de renovación, conviene realizar algunos cambios. Esto significa que por fin he dado vacaciones a Aina, mi colaboradora experta en plantas, y vuelvo a ponerme al timón de este blog. Lo sé, la echaremos de menos (sobre todo yo, porque ahora me tocará trabajar); pero no os preocupéis, reaparecerá por estos lares el día menos pensado. No me atrevería a hablar de vegetales sin su visto bueno.

Hace unos meses publiqué en Twitter una encuesta. Quería averiguar si el grueso de mis seguidores le daba mucha importancia al estilo a la hora de escribir. Un 65% respondió afirmativamente, un 15% lo consideraba accesorio, otro 15% deseaba adquirir uno propio y  el 5% restante le declaró la guerra a las florituras. Mi intención no es iniciar otro debate sobre fondo y forma, sino más bien ahondar en un miedo característico de los autores noveles. Así que el artículo que estáis leyendo es el producto de horas de documentación y altas dosis de masoquismo personal.

Tywin Lannister

Tywin Lannister no quiere pagar sus deudas, lo que quiere son pichones ahogados en mantequilla rellenos de higos y una guarnición de alcachofas a la miel.

Pero, ¿qué es el estilo? Podríamos definirlo como la forma en que un autor plasma lo que escribe usando unos rasgos particulares. Dos escritores pueden redactar de forma parecida, incluso tratar los mismos temas; pero sus estilos jamás serán una copia exacta el uno del otro. El estilo es lo que hace al autor inimitable. En Poniente las piedras preciosas son grandes como huevos de codorniz, y tan innecesarias durante la batalla como los pezones de una coraza. Muchos autores escriben fantasía, sin embargo pocos describen la comida con la pasión de George R. R. Martin.

Dar forma a lo que se escribe nunca ha sido una tarea sencilla. Además, hay estilos más apropiados según el impacto que se pretenda conseguir sobre el lector. Por ejemplo, no puedo dejar de aplaudir el aire de comedia decimonónica que destilaba Jonathan Strange y el señor Norrell, de Susanna Clarke: «Dicen (y lo dice una dama infinitamente más inteligente que quien escribe) que el mundo en general se siente muy bien dispuesto hacia los jóvenes que mueren o se casan. ¡Imagine el lector el interés que suscitaba la señorita Wintertowne! Ninguna joven había gozado de tantas ventajas hasta entonces: muerta el martes, resucitada la madrugada del miércoles y casada el jueves, lo cual muchos consideraron demasiadas emociones para una semana».

Después de leer ese párrafo no me extrañaría que apareciera Elizabeth Bennet de detrás de una columna.

Henry Lascelles

A falta de heroínas austenianas, aquí tenéis a Henry Lascelles ataviado como un auténtico dandy.

El estilo es algo que no se aprende. Un mentor puede corregir fallos puntuales; sin embargo, cualquier intervención más allá de suprimir los errores formales, implicaría amoldar el texto al gusto de éste.

Entonces, ¿cómo podemos desarrollar nuestra propia voz? Quizás no sea el más apropiado para contestar a esa pregunta, pero conozco a alguien que sí tiene autoridad para hacerlo.

En una conferencia en el CCCB, Dave McKean dijo que no había conocido a un autor con más papeleo en la mesa, y más pestañas abiertas en el navegador, que Neil Gaiman. El secreto de su capacidad multitarea de momento permanece en secreto. Está tan activo en las redes sociales que es capaz de responder a cada pregunta que le mandan sus fans vía Tumblr.

Neil Gaiman

Instantánea robada a Neil Gaiman durante la firma de libros en la librería Gigamesh.

Uno de ellos comentó con preocupación que sus ideas estaban demasiado influidas por otros trabajos de ficción. Ante el temor de ser acusado de plagio, preguntó al bueno de Neil si podía darle algún consejo. Su respuesta fue la siguiente: «A medida que vamos escribiendo sonamos más y más como nosotros, y nos convertimos en nosotros mismos. Aprendemos que las ideas no importan tanto como la forma en que las expresamos. Mientras vivimos vamos acumulando experiencia vital, y es de ahí de donde sacamos nuestras propias ideas. Dejamos de sonar como otras personas, dejamos de hacer las cosas a su manera y empezamos a hacerlas a la nuestra».

¿Conclusión? Hay que seguir escribiendo, no podemos dejar que la ausencia de estilo sea una excusa que nos impida avanzar. De nada sirve esperar sentados a las musas. Si no me creéis echad un vistazo a lo que dice Gabriella Campbell en su blog.

Puedo entender el afán del escritor novel por ser genuino y original. Yo también me he obsesionado con ese pensamiento. El proceso para alcanzar la meta es lento y pesado, no imposible. Es hora de dejar de culpar a los espíritus del ingenio y procurar que, en caso de que llegue la inspiración, nos encuentre trabajando.

Herbario (4) Datura

o, las trompetas fantasma

Pálida y elegante, su flor se despereza con la luna. Quiere el folklore que sea el diablo quien toque melodías infernales en sus trompetas blancas, quien arranque de sus gargantas profundas las notas de la locura. Podrían escribirle una canción a esta flor fantasma, susurrar advertencias contra ella en el estribillo de la partitura:

No hay dosis segura. Aléjate de la Datura.

Pero nos atrae la oscuridad, las historias de fantasmas… ante ti se abre el laberinto en penumbra de estas trompetas diabólicas, que prometen misterio y peligro. ¿Acaso no vas a entrar?

En el umbral hay una palabra escrita: Datura, nombre a caballo entre la ciencia y el mito. Datura, nombre tras el cual se esconden doce hermanas que comparten características similares: hierbas de vida breve; grandes flores atrompetadas de tintes nocturnos; frutos secos y agresivamente espinosos.

Datura stramonium

Fruto maduro y semillas de estramonio.

Fue el naturalista Linneo quien las bautizó con el apelativo genérico Datura, de origen sánscrito; después cada hermana lo completa y concreta con su correspondiente apelativo específico, que la distingue de las demás. Sin embargo, los nombres comunes para hablar de ellas se confunden, desdibujan las diferencias entre hermanas y acentúan sus parecidos siniestros.

Higuera del infierno, higuera loca, berenjena del diablo, en castellano; devil’s weed, devil’s trumpets, devil’s cucumber, en inglés.

Todas tóxicas; todas peligrosas. No hay dosis segura. Aléjate de la Datura…

No he visto más que a dos de las doce doncellas, a las que conozco por historia y por proximidad: Datura metel y Datura stramonium.

Metel, la aristócrata fantasma lánguida, que descuelga hojas y cápsulas mirando al suelo, y grandes trompetas blancas erguidas hacia la luna.

Estramonio, de cápsulas ovaladas y dispuestas como lámparas apuntando al cielo. Comparado con su hermana, todo es más pequeño: flores, hojas, portamento.

Y si bien son menos tajantes que la letal belladona, su cóctel de alcaloides no es para tomárselo a broma, ya que es capaz de provocar distorsiones de la percepción hasta llegar al delirio.

Desde mediados del siglo XX han sido empleadas como “alucinógeno legal” en un sinfín de modos distintos. Se han consumido sus raíces, sus flores, sus semillas; se han elaborado infusiones de hojas, liado cigarrillos con ellas. Los resultados son escalofriantes a la vez que impredecibles; allá donde otros vegetales psicotrópicos pueden proporcionar experiencias relativamente agradables —sobre todo, cuidando el entorno de la sesión—, las daturas no suelen ser benévolas. Ceguera temporal, ataques de pánico, amnesia y pérdida de consciencia son sólo algunas de las malas pasadas que pueden gastarte las “trompetas del diablo”.

Trompeta del Diablo

Flor, vista cenital.

Y aunque sus efectos bioquímicos bien podrían bastar para plagar su laberinto de fantasmas, hay algo más: y es que sus (des)apariciones históricas la asemejan a un espíritu burlón, que juega al escondite entre los renglones de la historia.

Me explico…

La tradición había situado desde siempre a las hermanas estramonio y metel en el viejo continente. Paralelismos en tratados médicos islámicos, incluso con drogas descritas por griegos y romanos… nunca se había dudado seriamente de su existencia en Eurasia desde tiempos inmemoriales. Hasta que un buen día, la biología descubrió que el origen de todas las hermanas es, sin excepción, americano.

Aunque haya autores reticentes que insistan en ver estramonios en la farmacopea clásica, no parece haber pruebas de la presencia de ninguna Datura en Europa antes de 1500, cuando empiezan a aparecer en herbarios y jardines. Eso sí, rápidamente se las asocia al resto de sus peligrosas primas mandrágora, belladona y beleño, por lo que pudieron entrar a formar parte de ungüentos brujiles más modernos —pero, por motivos cronológicos, no de aquellos medievales.

Y me pregunto si la siento como flor fantasma en Europa por estar entre dos tierras, entre los dos polos míticos donde goza de mayor tradición cultural y religiosa.

Por un lado está su América natal: México es el centro de diversidad de las hermanas, donde pervive la influencia azteca en el nombre toloache (para D. innoxia) y su asociación con la locura, el delirio, y los espíritus.

Por otro lado está la India, donde es flor sagrada del único dios que podía acogerla en su danza: Shiva, y más concretamente la forma de Shiva Nataraja, que baila el mundo con una flor de Datura prendida en su tocado (bastante abigarrado, todo hay que decirlo: comparte espacio con una calavera, una luna creciente, la diosa Ganga, y alguna que otra planta extra según la escultura).

La India, donde se reconoce su peligrosa toxicidad, y por ello emplearse como símbolo del lado oscuro de la vida: así, Gold and Datura es el título de un libro cuya protagonista termina quebrándose bajo el peso del mundo y desciende a los infiernos de las drogas y la violencia.

Zombis

En la serie «The Walking Dead» los zombis reciben el nombre de caminantes.

Sin embargo, lo misterioso es que no sabemos cómo ni cuándo llegaron las hermanas al subcontinente indio exactamente. La genética dice que no es originaria de allá; sin embargo, existen sugerentes menciones a una planta dhattura ya desde el primer milenio…

Sea como sea, no son las historias indias de Datura las que han despertado mayor interés en los últimos tiempos, sino las de zombis, esos seres salidos de Haití para conquistar el mundo de la televisión, el cine y la literatura, desde Jane Austen hasta The Walking Dead o The Girl with all the Gifts.

Pues quizás no haya ni mención del estramonio en las obras zombi de segunda o tercera generación, pero en el principio, allá en el año 1983, estuvo la Datura stramonium: el “pepino zombi”, o concombre zombie (un principio siempre relativo, al no estar segur*s del origen de las creencias en zombis o su relación con el vudú). En Occidente, el estramonio queda asociado a la zombificación a partir de los estudios del etnobotánico americano Wade Davis, que visita Haití para intentar desentrañar el misterio de un caso zombi particular: el de Clairvius Narcisse, oficialmente muerto y enterrado en 1962, y quien reapareció en 1980 con una historia que contar.

Y aunque no vienen a cuento ni los detalles del caso de Narcisse, ni los fascinantes recovecos del mito zombi, baste decir que los estudios de Davis lo llevaron a escribir una serie de artículos en los que identificaba dos momentos clave en el proceso de zombificación: uno, protagonizado por la toxina animal tetrodotoxina, para inducir la casi-muerte del sujeto. Nuestra Datura intervendría, en cambio, en el segundo momento crucial una vez “resucitado” el zombi, despojándolo de voluntad propia y sometiéndolo a la del brujo que lo había creado.

Pero además de publicar estos artículos, Davis recogió sus experiencias y teorías en el libro La serpiente y el arco iris, que serviría de inspiración para la película de Wes Craven del mismo nombre. No fue la primera película de zombis ni mucho menos, pero que yo sepa, en ninguna de las anteriores salió al ruedo la Datura.

La serpiente y el arco iris

Bill Pullman poniéndose meloso con una serpiente en la susodicha película de Wes Craven.

El laberinto las quiere, pues, maestras manipuladoras de espíritus. Peligrosas alquimistas de pasado nebuloso y difícil de esclarecer, con su faceta encantadora de flores lunares que, sin embargo, se tornarán frutos cuajados de espinas.

Y aunque quedaría mucho dédalo por recorrer (pues no hemos hablado, p. ej., de las hermanas de pasado menos misterioso, desde siempre ubicado en las Américas), detengámonos aquí por el momento, a sabiendas de que aún quedan muchas historias en el tintero…

… mientras resuena en mis oídos ese estribillo fantasma, producto de mi imaginación ebria de flores lunares:

No hay dosis segura, de quien la busca se burla la Datura.


Aina S. Erice escribe historias para gente curiosa sobre plantas & personas. Cultura & plantas, vamos. Tiene una cierta fijación con las bibliografías, los diccionarios, y el té chai (entre otras cosas); se la puede encontrar en su web, o directamente en su blog Imaginando vegetales.