Nuestra palabra laberinto encierra una dualidad que lenguas como el inglés sí escinden en dos.
☛ En un labyrinth no puedes perderte, puesto que existe un único camino serpentino que, sin importar cuantos nudos y requiebros acumule, termina por llegar al centro. Todo es cuestión de paciencia: persiste, y vencerás.
☛ En un maze, en cambio, nadie garantiza que el camino emprendido te lleve a ninguna parte; las vías se ramifican, se enredan; algunas mueren, otras desembocan en un enredo aún mayor. Sólo algunas alcanzan el centro; sólo algunas te permitirán salir indemne. Todo es cuestión de suerte, e ingenio: de lo contrario podrías pasar tu vida perdido entre senderos.

Rachel Hurd-Wood escondiéndose en el Laberinto de Horta durante la película «El perfume: historia de un asesino».
Metáfora de la vida y del conocimiento donde las haya, los laberintos son parte ineludible del proceso mediante el cual imaginamos, modificamos o interpretamos un símbolo. Pues en la distancia que separa significante y significado, realidad material y significado simbólico, yace un laberinto silencioso que conecta ambas mitades.
Pero, ¿es de los que requieren paciencia nada más, o perderse en él es un peligro real? No podemos saberlo a priori, y a menudo puede suceder que nos equivoquemos.
En el caso de las plantas simbólicas, el laberinto que contienen es el dédalo incierto que no ofrece garantías, en el que cada requiebro inesperado puede ser tan pronto una epifanía, como una traición. Sin embargo, la mayoría de veces nos engañamos pensando que son un mero labyrinth, unidireccional e inequívoco.
Los laberintos son parte ineludible del proceso mediante el cual imaginamos, modificamos o interpretamos un símbolo.
Nos parecen sencillas, aburridas, poco variadas. Los animales, mucho más fáciles de humanizar, acaparan nuestra atención. Ello no es extraño, me diréis; están tan… vivos, tan obviamente dotados de carácter, de comportamientos a los que podemos encontrar significados más allá de la realidad biológica, que pensarlos en términos humanos es relativamente sencillo.
Así, engañados por nuestras percepciones sesgadas (y nuestros limitados conocimientos naturales), no nos damos cuenta de que la diversidad vegetal con la que hemos tenido contactos culturales, significativos, es mayor que la animal, aun siendo menos evidente o glamurosa.
Las plantas son el mundo de lo aparentemente inmóvil; de lo moldeable y pasivo, a la vez que tozudamente indomable; el mundo de la magia, el que separa la vida de la muerte.

Fanny Knight emulando a Ariadna mientras es perseguida por su amante.
Un mundo en el que los significados simbólicos crecidos sobre una determinada planta pueden viajar por geografías que aquel pobre vegetal jamás ha visto ni verá en su vida; pueden terminar injertados en otras plantas parecidas que se tropiecen en su deambular; pueden hibridarse, morir y dejar semilla, resucitar en otro lugar y empezar una nueva vida.
El camino que une las dos mitades de una planta simbólica —vegetal real y vegetal trascendido— es siempre un laberinto vivo con paredes de seto, impredecible y taimado.
No hay promesas ni garantías. Para no perderse en el enredo que yace entre la planta material, y su(s) significado(s) simbólico(s), todo es cuestión de suerte e ingenio.
Me llamo Aina y soy escrito(i)nvestigadora y bióloga especializada en plantas y cultura. Normalmente publico mis artículos en este blog, pero Oliver me ha invitado a ocupar el suyo para hablar de la simbología de las plantas. Empezaremos por las “plantas de las brujas”. Quien quiera adentrarse conmigo en el laberinto verde, que se prepare a caminar con los ojos bien abiertos, y con el sentido crítico en ristre.
Será un viaje divertido, y también sorprendente. Al menos, eso espero.
Hace poco que empecé a seguir el blog (la semana pasada, de hecho) y hoy veo esta entrada, Aina, que me parece una invitación estupenda al mundo que nos vas a mostrar. Y me parece especialmente interesante porque las plantas han ayudado a destituir abruptamente gobernantes, hecho que no nacieran reyes y salvado héroes y, aún así, no se les da la importancia que se merecen. Así que te sigo por aquí y también en tu blog, que seguro que me deparará sorpresas estupendas.
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¡Hola Carla, y bienvenida al laberinto! Sí, yo también creo que las plantas son un mundo fascinante… quizás en parte por lo invisible y ambiguo de su papel en la historia en muchas ocasiones (por ejemplo, un gran dilema: una muerte inesperada, ¿por veneno, o «natural»?). Y me alegra mucho saber que eres de las que considera que se merecen más atención, pobres. Espero que disfrutes con mi modo de contar sus historias, y que nos sigamos leyendo en las tierras bloguísticas de Oliver (y en las mías, of course!)
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